Guadalajara a 11 de Diciembre de 2014
Voy a contar la
historia de mi perrita Pelusa. Vi un anuncio en el periódico Nueva Alcarria
ofreciendo una perrita que se encontraba en el pueblo de Fuentelahiguera con otros perros cazadores ya muy mayores que no
servían para la caza. Pelusa tenía 7 meses cuando llegamos a su encuentro, ésta
estaba cobijada en sus compañeros que aunque eran mayores tenían muy buen
aspecto. Cuando nos vio llegar parece que ya nos conocía. Abrimos el coche para
marcharnos y se subió con ella otra perra más, pero nosotros retornamos el
viaje únicamente con la Pelusa.
Llegamos a casa y lo
primero que hizo es corretear alegremente por toda la casa, olfateando todos
los rincones, subiendo y bajando escaleras, cocina, patio y garaje; todo le
gustó mucho.
Se portaba muy bien,
comía de todo, su comida y lo que nos sobraba a nosotros, incluidas frutas y
verduras, galletas, y de vez en cuando un poco de chocolate (aunque esto no se
les puede dar, pero ella se lo merecía todo).
No se subía a las camas
ni al sofá, pero un día se comió la cena de mi hijo. Se subió a la silla de
aquí a la mesa y en un pis pas adiós cena. La castigué por lo que hizo y nunca
más volvió a repetir tal hazaña.
Ella era una perra muy
sensible, alguna vez que se levantaba la voz, ella agachaba la cabeza y se iba,
le gustaba la paz y no las guerras.
Cuando llegó a nuestra
casa tenía 7 meses. Un día en el parque estaba suelta y le salió un novio, un
podenco color canela muy pito, parecía un señorito, siempre con la cabeza bien
alta y las orejas blancas tiesas. Era un perro que andaba suelto y nadie le
conocía, muchas mañanas venía a verla, todo chulo, parece que venía repeinado y
bien aseado para festejar a nuestra perrita. Esta escena la tengo grabada en mi
corazón. Los dos se querían mucho. Él esperaba en la puerta de casa esperando
que ella saliera. Y la Pelusa, dentro de casa, esperaba impaciente su salida a
la calle para poder encontrarse con su compañero. Durante una semana este perro
estuvo esperándola en la puerta día y noche. Llegaba la hora de salir de paseo,
y ¡vaya problema con el perrito!, íbamos 4, los dueños, la Pelusa y él detrás
de su amada. Al llegar a casa él se quedaba en la puerta rato y rato, con frío
o calor. Yo nunca le puse mala cara, era tal fiel que esto no se puede olvidar.
Ahora ya no veo a este fiel perrito, sin nombre, vagabundo, no sé si lo habrá
atropellado algún coche o desesperado por su amor haya desaparecido. ¡Qué limpio venias y qué bonito eras! Qué
buenas lecciones nos dan los animales a las personas.
Un día te fuiste con tu
novio dando rienda suelta al amor y pasó lo que tenía que pasar. Notamos que tus
tetillas y barriga crecían, te llevé al veterinario y me dijo que te faltaba un
mes para ser madre. Sin duda la Pelusa no podía haber elegido mejor padre para
los cachorros que vinieron un mese después. Llegó el día del parto y estábamos
el pueblo, que a ella tanto le gustaba, se tumbó en su silla y en un minuto
nacieron cuatro cachorros, dos vivos y dos muertos. ¡Qué buena madre fuiste!,
salías a la calle un instante y pronto volvías con tus cachorrillos,
chupándoles, acariciándoles y dándoles todo el cariño del mundo.
Os contaré que un día
de paseo me encontré al lado de un contenedor una cestita de un bebé. Estaba
tan nueva que hoy la volvería a coger para personas con necesidades o Caritas.
En esta cesta se cobijaban los tres, ella siempre de sus cachorros. Yo pensaba
que no iban a salir nunca de sus aposentos, pero un día salieron los tres. La
madre detrás de sus retoños, corriendo por toda la casa, sin control y decidí
que ya era hora de separarles de su madre y que tuvieran un nuevo hogar, así
que los regalé a personas conocidas.
Te ponías muy contenta
cuando venía alguna visita a casa. Te subías a ellos para saludar, te tocaban
un poquito y te ponías tan contenta. Ya te quería hasta la cartera que al
principio huía de ti. Todos los niños jugaban contigo en el parque, te daban de
sus chuches o de su merienda. ¡Qué tenías tú para gustar a los niños! eras
blanca como la nieve con manchas negras, y tus orejas tapaban tus ojos.
Un día me asusté un
poco, porque te fue a acaricias una niña te piso en tu patita y tú le marcaste
un poco sus dientes en su manecilla. Fuimos al médico y no le dio importancia,
pero mi susto fue muy grande. También recuerdo cuando a las 8 en punto de la
noche te ponías encima de tu dueño porque ya querías cenar, pero de nuestra
comida no de la tuya.
Los domingos a las 2,
te ponías sentada en el comedor a esperar y saludar a los que tú tanto querías.
Paraban los coches en la puerta y tú ya sabías quien venía, pero te eduqué un
poco mal porque te ponías debajo de la mesas para coger algo de comida, y si no
caía nada te ponías a llorar. Nosotros tenemos tres pueblos para veranear pero
a tú siempre fuiste de Tordelpalo. Allí conociste a Niebla, Bella y Bartolo. Al
principio me daba miedo dejarte con ellos ya que son perros pastores y te
podían hacer daño, pero no fue así, ¡cómo te querían!. Cuando nos veían llegar
ya sabían que ibas en ese coche. Dejaban a su pastor y venían a saludarte. Un
día de verano te vi tumbada encima de la Bella, que era como siete veces más
grande que tú. Ellos se ponían contentos porque les daba un poquito de tu
comida. Venían a llamarte a casa, yo abría la puerta, y me despreocupaba de ti
porque sabía que eran grandes amigos tuyos. Cuando íbamos de paseo ellos venían
hacía a ti para saludarte.
En Tordelpalo, cuando
yo te sacaba quería llevarte a la fuente, pero tú siempre tirabas hacia la
plaza donde se encontraban tus amigos los perros pastores y posiblemente alguna
persona más.
En las noches de verano
salíamos a trasnochar con los vecinos, tú eras la primera que ibas, corrías por
un callejón y salías por otro. Te gustaba mucho correr detrás de los gatos,
pero un día uno te plantó cara enseñándote sus bigotes y desde entonces
fuisteis amigos perros y gatos.
También los niños del
pueblo venían a traerte huesos o algo que se les había caído al suelo, o un
poco de su merienda si les sobraba. A la Pelusa le gustaba todo.
Cuando vamos al pueblo,
hay que saludar a la gente que no vemos durante todo el año. Tu venías a las
casas conmigo, también te gustaba que te vieran y te acariciara.
Eras valiente, no
tenías miedo a nada. Ni tenías prisa por venir. Yo te esperaba en mi puerta
mirando a las estrellas, el carro y las mulas y otras muchas más. Nunca te
asustabas, te quedabas sola en casa y sabías cuando podías venir y cuando no.
Sólo tenías miedo a los cohetes y truenos, eso para ti era una guerra.
A tu dueño le querías
mucho, todas las mañanas te ibas con él de paseo, por el rio y sus alrededores.
Veías alguna paloma o pajarillo y te lazabas a cogerlos, pero eran más rápidos
que tú y no caían en tus garras.
Un domingo no sé qué
pasó que te personaste a oír la misa, el más cercano a la puerta te sacó para
afuera.
En el pueblo, tu amo
ara el campo con un tractor. A ti no te gustaba ir con él por el ruido y
ajetreo, pero ibas detrás, yendo de un lado a otro de la finca. ¡Cuánto habrás
andado y paseado!
Te hemos tenido con
nosotros casi 9 años sin estar enferma. Yo recuerdo que alguna noche llorabas
en las escaleras y ahora pensando y pensando me doy cuenta que ya estabas
enferma. Pasaron unos meses y te vi que estabas mal, te llevé al veterinario y me
dijo que tenías una enfermedad terminal. Volvimos a ir al pueblo, no tenías
apetito ni ganas de andar. Salías muy poco a la calle y no querías que las
pajas del campo y las hierbas secas te dieran en tu cuerpo porque te hacían
mucho daño. Una tarde te fuiste de paseo con tu amo, anduviste solo un poco con
mucha dificultad y te diste la vuelta a casa.
Los perros te esperaban
en la puerta para verte, pero tú ya no podías andar. Apenas duraste 10 días. Estabas tapada con
una mantita, me mirabas y solo querías descansar y que nadie te tocara, ya no
podías andar. Sólo llorabas cuando nos
oías comer porque querías estar con nosotros, pero yo te llevaba la comida
donde tú estabas. Como te quedaban pocos días de vida, yo te llevaba de la
comida que sabía que más te gustaba, me quería portar bien contigo porque sabía
se acercaba la hora triste. Llegó el día de tu sacrificio, te montamos en el
coche porque tu sola ya no podías. Con una pequeña inyección que apenas notaste
te fuiste. Te quedaste dormida en paz para siempre, seguramente acompañada de
tu fiel compañero, y ya estaréis juntos los dos para siempre. Ya tenías el
sitio preparado para enterrarte y allí estás, en ese lugar que tanto te gustaba
corretear y pasear.
Ahora viene mi pena,
desde mi ventana veo pasear a tus amigos con sus amos, me preguntan por ti y
les digo con pena que ya no estás con nosotros.
También me ofrecen
algún perro pequeñito de raza. Nadie sabía de qué raza eras tú. Vilma, que es
de una hija mía, viene mucho a vernos y va a tener cachorrillos y nos regalan
uno. La madre es grande y juguetona, siempre mira en mi terraza a ver si tú
sigues allí. A ti no te gustaban sus visitas porque se comía tu comida y bebía
tu agua, en casa de tus dueños mandabas tú y no ella.
También has conocido a
Tobi, vive en Teruel y viene de vez cuando a visitarnos. Es muy bueno, te
quería mucho pero tú pasabas de él. En una de estas visitas, el Tobi tenía que dormir contigo en tu cesta los dos
juntos, empezasteis a pelearos sobre todo por ti que no querías compartir tu
cama y me tuve que levantar y poner orden. Al Tobi le acosté en un cojín viejo
al lado de tu cesta, y ya no hubo problemas por la noche.
Un día os fuisteis de
paseo los dos perros con tu amo, y el Tobi se perdió. Llego él solo a casa
tiempo después. No sé cómo pudo llegar a casa, sin conocer el sitio y cruzando
seis carreteras. ¡Qué alegría cuando llegaste Tobi!, yo te creía perdido, que
bien llegaste a casa sin apenas conocer.
Ahora bajo al garaje y
solo está tu cesta, ya no te puedo acariciar ni tapar. No sé si alguien la
ocupará, de momento no. Este verano me preguntarán por ti mayores y niños, no
puedo dar nombres porque son muchos. En mi percha antigua está colgado tu
collar y tú correa. Ya no saldrás a tomar el fresco y a tumbarte en mitad de la
calle. No vendrás a comprar el pan cuando toque su bocina el panadero. Y ya
nunca más te asustarán las campanas cuando repiquen. No bajarás a ver a
Cascabel el bonito burro vecino nuestro y sus compañeros los gatos. No te podré
quitar más pinchos y cardos de tus patas, esos que traías cuando venias del
monte.
Estoy segura que Bella
vendrá a verme y me preguntará por ti.
Este verano cuando el
sol baje, llevaré a los niños donde te dejamos, para que sepan dónde estás.
Haremos una pequeña excursión. Yo me pondré mi pamela roja de tela, iremos a
visitarte y será nuestro pequeño homenaje por todos los ratos que pasaste con
nosotros.
Ya no oirás más la
llamada con el silbido de tu dueño.
Gozosos van los
pastores,
se abrió la rosa del
día
nació el sol de los
soles
y su alborada es María.
¡Feliz Navidad!
Pilar del Rey del Rey