Publicada 18/10/2020
Actualizada 18/10/2020
Aquí os dejo pinceladas de su propia biografía, porque seguro que ella estaría contenta.
D.E.P.
Soy Alejandrina López Orea nací el 17 de marzo de 1931 en el pueblo de Tordelpalo, perteneciente a la provincia de Molina de Aragón (Guadalajara). Mis padres se llamaban Juan Lopez Huarte (1895-1972) y Pascuala Orea Martínez (1893-1962).
Mi abuela por parte de madre era de Valsalobre y se llamaba Concepción Martínez Madrid y su marido, mi abuelo, era de Tordelpalo y se llamaba Venancio Orea del Rey.
Mis abuelos por parte de padre se llamaban Eustaquia Huarte Huarte, nacida en Castellar de la Muela y mi abuelo Matías López del Rey y era de Tordelpalo.
Mi madre se casó en primeras nupcias con Bonifacio Orea y tuvo cuatro hijas que voy a mencionar por orden de nacimiento: Cristeta, Plácida, Anselma y María con los apellidos Orea Orea. Mi madre enviudó a los 26 años y se casó por segundas nupcias con mi padre Juan López Huarte y tuvieron 3 hijas más, Abilia, Amelia y Alejandrina, co n los apellidos Orea López.
Durante la guerra yo tendría 5 o 6 años. Los hombres del pueblo a la noche hacían guardia, no sé si iban una pareja o dos parejas. Mientras estábamos durmiendo ellos vigilaban el pueblo. Recuerdo que una de las noches dieron la voz de alarma, decían que venía el enemigo y nos levantaron y fuimos al monte. Mi abuelo me llevaba en una borriquilla y yo no podía despertarme, mi hermana Amelia que tenía tres años más que yo no podía ni aguantarme, lloraba y decía : - ¡Esta niña está muerta, que no se mueve, que ya la ha matado el enemigo! Esos comentarios fueron después las risas de aquella noche. En la Solana, que está a la entrada del monte, pasamos la noche. Cuando me desperté vi que todos los niños estaban jugando contentos, el sol animaba a disfrutar del día y bajaba en el arroyo bastante agua. Estuvimos solo aquel día y volvimos al pueblo, fue solo una falsa alarma.
Otro recuerdo de mi niñez era cuando todos echaban la siesta. A mí me gustaba ir a coger mariposas al arroyo, habían muchas y de colores, con unas formas de alas preciosas. Las cogía y las metía en una caja de zapatos, las quería para hacer colección de ellas, para ponerlas en un cartón y un alfiler pero cuál sería mi desilusión cuando mi madre me dijo que eso que quería hacer con las mariposas era un ultraje. Entonces tuve un sueño tan malo, que a día de hoy aún recuerdo, y por el cual ya no volví a coger ninguna mariposa más en toda mi vida.
Yo me pongo a pensar en mi infancia y me parece uno de los cuentos más bonitos que pueda imaginar.
Cuando yo tenía 9 años los domingos después de comer nos íbamos a la iglesia a rezar el rosario y luego los chicos y chicas que tenían alrededor de 20 años se iban a pasear por la carretera y todos los niños y niñas detrás de ellos. Uno de esos días una amiga mía que se llama Jacinta y yo vimos desde la carretera un pueblo que era Anchuela del Pedregal y nos decidimos ir a verlo. Nadie se dio cuenta. Fuimos a ver a mi tía Silveria que tenía varios niños entre 4 y 12 años y nos recibieron de maravilla, nos prepararon de merendar y se nos hizo de noche. También estaban mi tía Benita y la Donata que eran de Tordelpalo.
En el pueblo cuando vieron que no estábamos Jacinta y yo dieron la voz de alarma, tocaron las campanas y se repartieron para buscarnos. Se preguntaban si alguien había visto algún coche porque corría el rumor que los “sacamantecas” se llevaban a los niños. En fin que teníamos a todo el pueblo llorando y buscándonos. Cuando nos localizaron y vieron que estábamos bien todo eran preguntas y al otro día en clase la maestra nos castigó, la profesora se llamaba Vicenta y era de Zaragoza. Esto es una mis historias y lo cierto es que lo pasábamos muy divertido.
Teníamos muchos animales, corderos, gatos, perros, cerdos grandes y pequeños, burros, machos, caballos, gallinas, conejos…
Otras de mis historias cuando tenía ocho o nueve años, tenía tíos que estaban en otro pueblo trabajando y cuando venían me traían algo, caramelos u otros regalos. Una vez me trajeron una muñeca, habían soltado las vacas para llevarlas al monte y una empezó a correr y me cogió y me hizo arañazos. Mi tío que estaba cerca apartó la vaca pero el revolcón me lo llevé.
Cuando iba con mi abuela a dormir me hacía rezar el rosario y a mí no me hacía ninguna gracia. A mí me gustaba que me dijera oraciones, no sé como sabía tantas y tan bonitas. Voy a decir alguna de ellas:
• La Virgen se está peinando sentada en una banqueta los peines son de oro y plata y casi era primavera. Por allí pasó José y le dijo de esta manera: ¿Cómo no canta mi reina como no canta mi bella? ¿ cómo quieres que yo cante si estamos en tierra ajena? Un hijo que yo tenía más blanco que una azucena me lo están crucificando en una cruz de madera. Ya se oyen los martillos, ya le remochan los clavos, ya le tiran la lanzada a su divino costado. María sentía aquello y empezó a desmayar, San José y la Madalena le ayudan a levantar. Arriba arriba María que no puede el tiempo pasar, que por pronto que lleguemos las puertas nos cerraran. Si las cierran o no las cierras para mi abiertas están que tengo un hijo enclavado y lo tengo que abrazar. Madres las que tengáis hijos ayudármelo a llorar y las que no los tengáis no sabeis qué cosa es el mal.
Mi abuela Eustaquia Huarte Huarte era como la curandera del pueblo, tenía muchas clases de hierbas curativas y conocía el uso que tenían cada una de ellas. Si alguien tenía alguna caída o torcedura siempre acudían a ella. También venían para cólicos y otras enfermedades y la primera asistencia la hacía ella y si era un problema más grave se iba a buscar al médico a Molina, que siempre la felicitaba por lo bien que lo hacía. Hacía de comadrona, decía que casi todos los niños que había en el pueblo los había ayudado ella a nacer. Si había algún parto complicado se daba aviso al médico pero como no habían coches bajaban a Molina con los machos , ocho kilómetros de ida y otros tanto de vuelta, así que pobre la mujer a la que le fuera mal el parto.
Cuando estoy sola me pongo a pensar como pasamos la niñez y la juventud y me parece una época muy feliz. Cuando tenía 13 o 14 años me mandaron a guardar las ovejas. Yo solo las guardaba de día y buscaban pastor para guardarlas de noche. Cuando tocaba a la oración que era cuando empezaba a amanecer El Paulino que era el sacristán tocaba las campanas, nos levantábamos a desayunar, migas y torreznos y luego nos ponían un trozo de pan y un huevo frito y dos torreznos que era la comida para pasar el día. Llevábamos una bolsa para guardar la merienda, una saya por los hombros a modo de capa (la mayoría eran de color rojo), una garrota y el perro que me acompañaba y me iba a los llanos donde teníamos la paidera. Cuando soltaba las ovejas a mí me gustaba contemplar las flores tan bonitas que habían, la cantidad y el perfume que hacían particularmente las violetas. Luego nos juntábamos la Petra y yo, que casi todo el día íbamos juntas, también venia la Jacinta, la Teofila, la Vitorina y varios pastorcillos. Lo pasábamos bien. A veces nos juntábamos con los de otros pueblos, Castellar, Anchuela, Aldehuela, etc… Para jueves santo nos echaban una buena merienda y nos juntábamos. A pesar de lo duro que era ser pastora nos lo pasábamos bien y era muy bonito contemplar a los corderillos.
Un día recibió el pueblo la noticia que venía la Virgen de Fátima a Molina y que todos los pueblos de la comarca tenían que llevar a la que les correspondía. Tordelpalo era la virgen de la Asunción, Anchuela la virgen del Rosario y así todos los pueblos. Era por el mes de mayo que por cierto los campos estaban con el trigo verde y muchas flores de todos los colores, rojos, amarillos, azules. Cuando fuimos a Molina no se podía andar de gente, me encontré a Severiano Orea que era de Castellar de la Muela y pasamos el día juntos, años más tarde fue mi marido. Él tenía 16 o 17 años y estaba de chofer con el señor cura, pero no tenía carnet. El señor cura tenía una camioneta que le decían “la rubia”. Cuando ya era el regreso de procesión todos cantando, no recuerdo la canción, solo que decíamos Ave María, ave ave Maria. Pero Severiano se tenía que subir con la rubia y me dijo que me subiera con él y fuimos la Donata, Quintin (hermano de Severiano) y yo. Y desde aquel día todos los domingos se venía él y otros a bailar al pueblo y cuando cumplió los 18 años se fue a Teruel a sacarse el carnet de conducir. A continuación empezó a trabajar de chofer con los alpargateros de Molina que era contratistas de obras y estuvo con ellos durante unos 11 años hasta que se vino a Barcelona, cuando nuestros hijos Carlos y Amelia ya tenían 11 meses.